CANTOS DEL DESIERTO Y LA MONTAÑA
Federico Leguizamón
NEUTRINOS
$12.900
ISBN 9789874621085 / 1905 / 90 páginas / 13 x 18 cm
Poesía.
He aquí una escena posiblemente familiar: escuchamos una canción que nos gusta repetidas veces, aprendemos la letra con mayor o menor precisión, cantamos a viva voz, creemos que lo que dice encarna algo de nuestro sentir. Si la letra nos parece excelsa, incluso llegamos a decir “es poesía”, entonces vamos hacia su materia textual, extraemos el texto y lo leemos aisladamente en una pantalla o en un papel. ¿Y qué sucede? De repente, sin el aparato instrumental, la letra pierde magia y efecto: aquellas resonancias internas entre palabras que cantábamos placenteramente, ahora resultan rimas pesadas, “ripios vergonzantes” como diría un Borges enojado; saltan a la vista elementos que no encajan con la idea compacta que nos hicimos sobre aquello de lo que la canción se trata, vemos que el sentido está relegado, puesto en función del sonido. Cada género musical tiene sus yeites y esto alcanza al universo de palabras repetidas hasta convertirse en lugares comunes. Los nena del rock n’ roll, los ya tú sabes del reggaetón, o la inagotable rima de cerveza con cabeza en cualquier género popular son usados como comodines que completan el escandido métrico más o menos previsible que dicta el ritmo musical y que, al completarse, genera un goce. El automatismo del compositor es el goce del que escucha y baila. Dos preguntas. La primera: ¿Qué se genera si ponemos a danzar significantes viejos y gastados? La segunda: ¿Es posible bailar un libro de poemas? En Cantos del desierto y la montaña Leguizamón parece ensayar una respuesta.